De Adolfo Cárdenas, Bolivia
‘El ch’ojcho con audio de rock
pesado’ es una obra que contiene avisos y advertencias de lo esencial, latente
en una o múltiples realidades más o menos lingüísticas. Por un lado, el autor, avisa
que hay fragmentos de una realidad esencial manifiesta que nunca se muestra;
por otro lado, advierte el carácter corrosivo del lenguaje oficial por su
pretensión totalizadora y su arrogancia con respecto a la heterogeneidad del
discurso mestizo.
Los lenguajes ‘orales ficticios’ en su afán de evocar el ‘lenguaje real’,
muy sutilmente, alteran la fonética y la sintaxis del lenguaje castellano. Lo culto,
lo ortodoxo, y lo oficial de lo lingüístico, quedan ridiculizados frente al
acercamiento empático de Cárdenas respecto a lo originario, mestizo e indígena
en su conexión con el inglés. Tal acercamiento, libre de estereotipos, culmina
denotando que su obra –al parecer pseudo-castellana y poco digerible por su
carácter sincrético– es una síntesis de apropiación y actualización de otros
saberes. De ahí su valía y su fortaleza para invertir las jerarquías sobreimpuestas
al latido de lo esencial.
Así la pretendida perfectitud del lenguaje castellano, bajo la lupa del
autor, no es sino una ficción artificial que huye de su propia esencia e ignora
su propia raíz. La autenticidad de lo ‘esencial’, es decir, de esa
individualidad, refleja la esencia del lenguaje en su heterogeneidad.
Frente a tal diversidad el ‘saber’ (de sabor), ‘mirar’ y ‘oír’ aparecen
como verbos que caracterizan al autor que plasma el ‘relato’, como forma peyorativa
y satírica de reafirmación de lo heterogéneo frente al género totalizador de la
novela; o el ‘grafiti’, tan anónimo y público como el relato, que advierte la base
frágil que sustenta el lenguaje culto.
Las imágenes con las que juega Cárdenas son definidas: el poder
monopólico del lenguaje oficial respecto a otras formas lingüísticas, es
simbolizado por el teniente Oquendo y sus aires de sabelotodo; en cambio lo
anónimo y público, aunque con tinte de sometimiento, audaz y lúcidamente, es manifestado
por Severo (indígena aimara). Ambos personajes traslucen, paradójicamente, la
debilidad del poder y el poder de la debilidad.
Ese poder de la debilidad contiene lo ‘coloquial’. Su valía no está tanto
en su capacidad de desestabilizar la estructura del castellano, sino porque el
‘sián’ (que vale por ‘se han’), el ‘Seuiro’ (por ‘Severo’), el ‘quescucho’ (por
‘que escucho’), el ‘fuuuuucha’, el ‘zass’, ‘cha qué’, el ‘non judex’, el
‘yeeess’, entre otros, tienen quizá mayor efectividad a la hora de comunicar, aunque
extraoficialmente, la esencia del lenguaje. Tal esencia, como toda esencia, no
es perfectible. Es uno y diverso a la vez. Y así es el lenguaje humano: en él
se es, en él se existe, en él confluyen las raíces más recónditas de la existencia
humana. Por eso la reverencia del filósofo del lenguaje, L. Wittgenstein: ‘De lo que no sabemos, no hablemos’. ¡Ante
tal esencia es preferible callar!
Nisiquiera se entiende nada en realidad
ResponderEliminarx2
ResponderEliminarno entendi nada
EliminarNi yo no entendi ni una chin
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