sábado, 24 de septiembre de 2011

El Chojcho con Audio de Rock Pesado / Ensayo

De Adolfo Cárdenas, Bolivia

El ch’ojcho con audio de rock pesado’ es una obra que contiene avisos y advertencias de lo esencial, latente en una o múltiples realidades más o menos lingüísticas. Por un lado, el autor, avisa que hay fragmentos de una realidad esencial manifiesta que nunca se muestra; por otro lado, advierte el carácter corrosivo del lenguaje oficial por su pretensión totalizadora y su arrogancia con respecto a la heterogeneidad del discurso mestizo.

Los lenguajes ‘orales ficticios’ en su afán de evocar el ‘lenguaje real’, muy sutilmente, alteran la fonética y la sintaxis del lenguaje castellano. Lo culto, lo ortodoxo, y lo oficial de lo lingüístico, quedan ridiculizados frente al acercamiento empático de Cárdenas respecto a lo originario, mestizo e indígena en su conexión con el inglés. Tal acercamiento, libre de estereotipos, culmina denotando que su obra –al parecer pseudo-castellana y poco digerible por su carácter sincrético– es una síntesis de apropiación y actualización de otros saberes. De ahí su valía y su fortaleza para invertir las jerarquías sobreimpuestas al latido de lo esencial.

Así la pretendida perfectitud del lenguaje castellano, bajo la lupa del autor, no es sino una ficción artificial que huye de su propia esencia e ignora su propia raíz. La autenticidad de lo ‘esencial’, es decir, de esa individualidad, refleja la esencia del lenguaje en su heterogeneidad.

Frente a tal diversidad el ‘saber’ (de sabor), ‘mirar’ y ‘oír’ aparecen como verbos que caracterizan al autor que plasma el ‘relato’, como forma peyorativa y satírica de reafirmación de lo heterogéneo frente al género totalizador de la novela; o el ‘grafiti’, tan anónimo y público como el relato, que advierte la base frágil que sustenta el lenguaje culto.

Las imágenes con las que juega Cárdenas son definidas: el poder monopólico del lenguaje oficial respecto a otras formas lingüísticas, es simbolizado por el teniente Oquendo y sus aires de sabelotodo; en cambio lo anónimo y público, aunque con tinte de sometimiento, audaz y lúcidamente, es manifestado por Severo (indígena aimara). Ambos personajes traslucen, paradójicamente, la debilidad del poder y el poder de la debilidad.

Ese poder de la debilidad contiene lo ‘coloquial’. Su valía no está tanto en su capacidad de desestabilizar la estructura del castellano, sino porque el ‘sián’ (que vale por ‘se han’), el ‘Seuiro’ (por ‘Severo’), el ‘quescucho’ (por ‘que escucho’), el ‘fuuuuucha’, el ‘zass’, ‘cha qué’, el ‘non judex’, el ‘yeeess’, entre otros, tienen quizá mayor efectividad a la hora de comunicar, aunque extraoficialmente, la esencia del lenguaje. Tal esencia, como toda esencia, no es perfectible. Es uno y diverso a la vez. Y así es el lenguaje humano: en él se es, en él se existe, en él confluyen las raíces más recónditas de la existencia humana. Por eso la reverencia del filósofo del lenguaje, L. Wittgenstein: ‘De lo que no sabemos, no hablemos’. ¡Ante tal esencia es preferible callar!

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